Jorge Castañeda, escritor – Valcheta
Según la Parábola de las Cucharas Largas, “cierto día un gran sabio religioso le pidió a Dios que le permitiera cómo era el cielo y el infierno para compartir su experiencia con los demás hombres”.
“Dios decidió mostrarle primero el infierno. Era una gran mansión, cuya única habitación era u largo e infinito comedor. El comedor era tan amplio como una autopista y al frente de cada comensal estaban servidos los mejores y más variados platillos y manjares existentes”.
“El sabio observó detenidamente sus caras y notó que estaban enfermos, y que tenían hambre, ya que sus cubiertos eran tan largos como remos, y por más que intentaban estirar sus brazos no alcanzaban a alimentarse. Llegaban a llenar sus cucharas con los manjares, pero no conseguían llevárselos a las bocas, porque las cucharas eran muy largas. Así, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios, seguían padeciendo un hambre eterna. Eso era el infierno”.
Después de observar unos segundos más Dios decidió mostrarle al sabio el cielo. Cuál sería el asombro de ver la misma mansión, y entrar en ella. La única habitación era un gran comedor con las mismas dimensiones y características del infierno. Estaba servida con los mismos platillos ostentosos”.
“Observó que los comensales, a pesar de tener cucharas tan largas como remos se veían saludables, llenos de vigor y felices… sus cucharas también eran muy largas, pero en vez de llevarlas a la propia boca, se servían los manjares unos a otros. Eso era el cielo”.
La gran pregunta ante esta pandemia es: ¿los argentinos, estamos en el infierno o en el cielo?
Pareciera que en vez de ser más solidarios y ayudarnos unos a otros, se prefiere la discusión vana, los enfrentamientos sin sentido, las descalificaciones al que piensa distinto o el ataque sistemático al pensamiento del otro.
Sin embargo es hora de recuperar esos viejos valores olvidados, sino no, no solo no habremos aprendido nada, sino que saldremos peores que antes. El barón Michel de Montaigne sabía “que quién no vive de alguna manera para los demás, apenas vive para sí mismo”.
Hemos vivido muchos años encerrados en nuestros propios límites, olvidando que como supo decir Borges “La Patria somos todos”. No podemos seguir excluyendo a los demás que en términos evangélicos son nuestros prójimos.
Hasta ahora, muy ufanos, hemos creído que la razón la tenemos solamente nosotros y la defendemos levantando la voz y agrediendo a los que piensan distinto. Es tal vez uno de los grandes desvalores que tenemos. Tenemos que entender ahora donde un virus nos iguala que la razón o la tienen todos o no la tiene nadie. No hay razones pequeñas y personales ante las alternativas que la historia a veces con crudeza nos presenta. O nos unimos en un haz o perderemos todos.
Ya lo dijo Martín Fierro “Los hermanos sean unidos/ porque esa es la ley primera/ tengan unión verdadera/ en cualquier tiempo que sea”.
El gran desafío es volver a los viejos valores: el amor, la virtud, la verdad. Y solo así podremos salir de esta peste que nos azota algo más buenos y solidarios.
¿Seremos capaces de alimentarnos unos a otros? Tal vez las cucharas largas sea en estos momentos el Covid-19.
Y está en cada uno de nosotros vivir en el infierno o el cielo. La diferencia será notoria.
Para meditar.