¿Por qué no tenerlo en cuenta?

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Está claro que la vida cambia todos los días, y a su vez nos cambia a todos también.

Y no estamos apelando a las grandes explicaciones metafísicas, religiosas y demás, que terminan las más de las veces en simplonas charlas de café.

Las generaciones que conocimos hasta ahora y compartimos a lo largo de nuestra existencia, desde siempre supimos, aun en la mayor miseria que vivíamos en un país grande – no en vano es el octavo en territorio del mundo-, al que no terminamos de conocer y menos  todavía apreciar, aun viviendo muchos años; y lo que es peor,  viviendo casi a  satisfacción en lo que pensemos y hayamos emprendido, siempre quedan espacios grandes como naciones, que esperan en vano lleguemos a ellas y conocerlas, menos todavía  vivirlas,  pero están, y son argentinas, latinoamericanas, visibles y seguramente,  mejor que los lugares donde se apiñan pueblos  y sociedades enteros, con sus entretenimientos, casas,  estudios, comedores, cementerios, en fin, problemas de todos los días y esperanzas que fatalmente dejamos para un futuro que  somos conscientes  no habremos de conocer.

Si vale un ejemplo demostrable por si solo: en un país con poco más de cuarenta millones de habitantes, conflictuados, enfrentados entre sí varias veces, cerrados a razonamientos otras más, diálogos deshumanizados donde lo primero que muere es precisamente la Razón, tenemos aglomerados poblacionales saturadas de gente que vive mal casi la mayoría de sus vidas, junto a 15 millones o más, y eso en torno al Río de La Plata desde que nos conocemos con nariz como decía la abuela.

Y también sabemos, o como lo pueda hacer quien quiera hacerlo con poco escarbar en la historia reciente, se encuentran las mismas excusas, siempre iguales y provocadas, que llevaron a generar las grandes crisis argentinas, un país sin discriminaciones mayores, aunque realmente las tenga, y con su consolidación poblacional y propia cultura evitó trágicos enfrentamientos mayores.

Excepción de la última experiencia dictatorial, donde sí, se dieron parámetros imposibles de pensarlos siquiera en los orígenes de la Nación, como la desaparición obligada de personas, robos de bebes, y la infame persecución impuesta, comparable solo con la “civilización o barbarie” del liberalismo “culturoso” de la Generación del 80, con el agravante si cabe, que en esta ocasión se hiciera hasta “por las dudas.”

Incluso, esa Generación, que si bien escribía con plumas de ganso y a mano, no usó los hornos crematorios de seres humanos como hizo la culta Europa del siglo XX, que fumigaba con virus de viruela poblaciones del África inculta, para rematar con liquidación “exprés” y masiva de las bombas atómicas y la creación del más formidable parque de artillería nuclear, también hizo lo suyo contra la humanidad. Acá está la Guerra de la Triple Alianza de Mitre -el general que nunca ganó batallas- o los asesinatos feroces que felicitaba Sarmiento incitando a “no ahorrar sangre de gauchos”, y  se distinguía al general Rauch por “ahorrar parque” o sea municiones,  pasando a degüello a indios ranqueles, y no olvidarnos del genocidio de los pueblos originarios, a fines del siglo XIX,  “liquidando” luego al “sobrante humano”· como “peones de zafra, chinitas para el servicio y chicos para mandados”,  ofrecidos en el diario La Nación, principal medio periodístico  nacional, y aun de enorme crédito cultural en la muy culta Reina del Plata .

En lo demás somos conscientes que todo, está a la mano en estas tierras de privilegio, en que, irracionalmente colocamos obstáculos a toda esperanza.

Suena raro, pero, ¿qué otra cosa hacemos a diario?

 

 

 

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