Distribuir mejor el esfuerzo común

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Hoy, ya entrados al siglo XXl, escuchamos sin mayor asombro recibir con descontento a los nuevos migrantes, que llegan a radicarse entre nosotros.

Lo mismo en otros países con sociedades aún más cerradas en ese aspecto, dueños de toda verdad y conciencia pública

Nadie parece recordar sus orígenes, ya lejanos o cercanos en una sociedad formada precisamente por inmigrantes que conformara estos crisoles de razas que conforman nuestra América por donde se la quiera mirar, salvo las pequeñas etnias originarias, empecinadas en sobrevivir contra toda injusticia, pese a que la misma Constitución las reconozca

Para estos “neo” americanos, poco importan sus cualidades familiares, sus necesidades o los beneficios que puedan ofrecer a la sociedad local.

Ni hablar de las masacres que se siguen cometiendo sobre el desgraciado Mar Mediterráneo, utilizado para eliminar expectativas humanas, de cientos de seres como no se pensó antes.

Es más, entre nosotros la Constitución Nacional reconoce el derecho a trabajar, como uno de los fundaméntale entre los denominados “derechos humanos básicos”, no los alcanza o debería alcanzarlos, con sus sabias y fraternales previsiones.

Sin dudas, aquel pensamiento bastante xenófobo que alguno  inserto en la Constitución del ’53, que favorecía la migración europea,  sobre las otras, pensamiento sostenido hasta no hace pocos años, cuando se trajeran  argelinos de origen francés, rechazados en la propia Francia, a quienes se les brindó todo, como no se hace con migrantes internos de nuestra propia lengua y raza, se trató por razones humanitarias, suponemos, con los desposeídos de las guerras en la Indonesia masacrada en aras de una democracia que nunca había sido objetivo de sus pueblos, pero era buen argumento para apropiarse de los mismos, por las potencias custodias de todo y generosamente “protectoras “de nada en favor del nativo.

Pocos se enteraron de esa generosidad en el norte húmedo argentino, adjudicando tierras, urbanización, etc., salvo por los famosos Citroën, tipo 2CV que trajeran algunos, con motor adelante y atrás, para andar en el desierto.

Un dato anecdótico también no mencionado por nuestros agitadores nacionales, tal era la cultura del hambre impuesta  en los países ocupados,  de esos inmigrantes, en este caso orientales no de origen francés, que cultivaban verduras y otros alimento de la zona, en almácigos, a los que colocaban hilos de seda para proteger de los pájaros, éstos venían a picotear y alguno quedaba entre los hilos, los inmigrantes laosianos, se los comían… Porque muchos de ellos no venían a “usufructuar” nuestros servicios argentinos, venían a poder  vivir.

Aún seguimos siendo un país vacío, lleno de riquezas y necesitado del esfuerzo y conocimiento de todos, porque no abrirnos entonces aun porvenir mejor…

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