Un sábado 4 de junio, hace diez años, una lluvia de cenizas comenzó a caer en parte de los Parques Nacionales Nahuel Huapi y Lanín, y áreas adyacentes. Un evento que afectó a gran parte de las provincias argentinas de Río Negro y Neuquén.
La zona norte y noroeste del PN Nahuel Huapi y la zona sur del PN Lanín, áreas protegidas que forman un gran corredor de biodiversidad y con núcleos poblaciones en ciudades, pueblos y asentamientos rurales se vieron fuertemente afectadas cuando el Cordón Caulle hizo erupción.
La sociedad se organizó sin delimitación de jurisdicciones territoriales (nacionales, provinciales y municipales). Estado, Privados y ONGs se agruparon ante el impacto de este gran fenómeno natural, conformando comités de emergencia donde se abordaron las diferentes temáticas y problemáticas.
A las preguntas de ¿Qué está pasando? ¿Cómo la sociedad debe resguardarse? ¿Cómo seguir adelante?, se le sumaron los temas ambientales y productivos: ¿Cómo impacta esto en los cuerpos de agua, la flora y la fauna? ¿Cómo impacta en la salud de los habitantes? ¿Cómo impacta en los rodeos de los productores?
El cambio en los cuerpos de agua a los pocos días fue sorprendente: los colores -tanto del lago, como de la vegetación que lo rodea- cambiaron a grises y verde esmeralda. Una gran cantidad de arena volcánica creó nuevas formaciones en las orillas cercanas a las desembocaduras de arroyos y a las costas.
En ambas áreas protegidas el trabajo se abocó principalmente a la asistencia de los pobladores rurales criollos y comunidades mapuche afectadas. Se conformaron equipos técnicos interinstitucionales e intersectoriales para priorizar la asignación de recursos y acciones en salvaguarda y protección de todo el ecosistema.
Durante las semanas posteriores a la erupción, cada Parque Nacional puso a disposición de la emergencia todos los Recursos Humanos disponibles, como así también los vehículos de su parque automotor (camionetas, camiones y maquinaria vial, automóviles, lanchas, cuatriciclos, etc.). Tanto los Guardaparques y Brigadistas, como el personal técnico, trabajaron intensamente en el territorio aportando su capacidad, experiencia y esfuerzo a los efectos de cooperar con la comunidad en su conjunto.
Nuestra colaboración como institución -además de atender los problemas de los pobladores, propietarios y concesionarios que se encuentran dentro de nuestra área protegida- implicó, también, llegar a localidades lejanas de la Línea Sur rionegrina y del Departamento de los Lagos de Neuquén, especialmente con la ayuda enviada por Acción Social de la Nación y entidades que aportaron asistencia a la emergencia.
Asimismo comenzamos a realizar diferentes estudios (por ejemplo: análisis en cuerpos de agua), y registros de cómo la naturaleza se comportaba con respecto a este evento -fenómeno del cual no había información documentada-, con el fin de obtener antecedentes y posibilitar la realización de escenarios futuros para prevención ante acontecimientos similares.
Hoy, 10 años después, podemos reflexionar que de las lecciones aprendidas, quienes vivimos en esta zona, habitamos un lugar donde los fenómenos naturales, como estas erupciones volcánicas, son procesos que debemos abordar de forma interinstitucional por todos los estamentos del Estado, Privados, y ONGs, a efectos de realizar una estrategia común.
Conforme estos fenómenos ocurren, la gente seguirá planteando preguntas y la ciencia seguirá cumpliendo su rol fundamental para poder responderlas.
Es, también, responsabilidad de la Educación y la Comunicación hacer aportes para lograr cambios de comportamiento social, y estar al día en los avances de la ciencia, para el bien de la sociedad y el ambiente.
El futuro y el conocimiento están en nuestras manos.