El Cacique Casimiro Bigua, por Jorge Castañeda

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Escritor – Valcheta

El cacique tehuelche Casimiro era conocido con los apellidos Biguá, Bibois, Bewa o Viba. Solía trajinar con su tribu desde Punta Arenas hasta Patagones y visitó varias veces a los galeses de la colonia Chubut para trocar productos de la caza por comestibles como pan, té, manteca y otros.

Según algunos autores se presume que nació en el año 1819 en Carmen de Patagones (otros afirman que en General Conesa), donde tenía un establecimiento el francés Francisco Fourmantín, alias Bibois, y que habría adquirido de su madre a Casimiro a los diez años.

Trabó relación con el comandante Luis Piedra Buena, quién lo llevó a Buenos Aires y ofreció al presidente Mitre su gente para poblar el estrecho de Magallanes.

Según el Consultor Patagónico “había sido capitán honorario del ejército chileno, argumentando que había creído que toda la Patagonia dependía de Buenos Aires, pero que él se consideraba argentino”.

Pasó a la historia porque en el año 1865 hizo formar a sus 400 hombres en la isla Pavón, vistiendo él de Coronel, mientras sus huestes gritaban: “¡Viva el Gobierno Argentino!”.

Es conocido que Musters se encontró en esa isla con la tribu de Casimiro y que lo acompañó hasta Patagones.

“Pero su buena suerte y posición fue decayendo y ya Musters lo encontró sumido en la más mísera pobreza “dueño de sólo dos caballos para él, su mujer, un hijo y una hija y casi desprovisto de prendas”.

El escritor y músico Héctor Raúl Ossés dejó en su interesante libro “Patagonia, ficción y realidad” una crónica conjetural sobre el llamado “Cacique General de la Patagonia:

“Está muriendo. Ha llegado el momento de reencontrarse con el indio verdadero, con su nombre más profundo, con su antiguo linaje. Porque este nombre y apellido que llevó a cuestas durante toda la vida, no le pertenece. Otros hombres se lo dieron. Otro pueblo. Otra gente”.

“Es preciso morir para mudar este ropaje incómodo, para liberarse al fin de Casimiro Biguá y ser de nuevo aquel, el anterior, el hijo de su padre y de su madre”.

“El viento pasa a la altura de las lomas. Y pasa, otra vez, el guanaco de dos cabezas”.

“La muerte –cubierta de un quillango blanco- le muestra su niñez: un valle escondido, un arroyo, un cerro con un agujero en la cima, unos perros, un hombre gigantesco y una mujer callada armando el toldo”.

“La muerte lo alejó de aquel marino inglés, lo sacó de la ciudad ubicada al otro lado del río; le ofr4eció unas vacas, unas tropilla y lo pudo en el camino de regreso. Ese arreo fantasmal es el ascenso a lo desconocido”.

“Más tarde los viajeros pondrán piedras sobre el cuerpo, sobre la tumba secreta. Sus huesos habrán de quedar en la tierra para siempre”.

“La muerte le hace oír un rumor de personas y de cosas, algún grito lejano, olor a sangre de yegua recién sacrificada. Lo reúne con sus primeros pasos, con los primeros juegos, con un ir y venir, con la certeza de haber tenido un nombre verdadero”.

“No es Casimiro Biguá el que se muere. Es aquel niño”.

Lo han glosado los poetas  y mucho se ha escrito sobre él. En su tierra descansa donde seguramente habrá encontrado a su propio decir “el rastro de sus caballos”.

“Ha de andar a su antojo Casimiro/ galopando en alguna dirección/ a la tierra que lo mira, la miro/ y es una tierra pura bendición.  Cabalga con un sueño en el pilchero/ es parte del basalto y del coirón/ tehuelche en toda su raíz y entero/ la azul y blanca lleva por pendón.  Aún debe desafiar las travesías/ donde los huesos quedan en montón/ y capear temporales y porfías/ cuan do el viento se impone en la región.  De Magallanes hasta el río Negro/ por toda la comarca su razón/ la estepa fue su cuna y su reintegro/ donde supo latir su corazón.  Tehuelche y argentino pura cepa/ Casimiro cacique muy varón/ por las huellas y los montes se trepa/ el recuerdo de su noble blasón”.

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