Adiós a Juan Carlos Bolcich, el joven que llegó a Bariloche para cambiar el mundo, el mismo día que el hombre pisó la Luna
Visionario incansable y padre del hidrógeno en la Argentina, Juan Carlos Bolcich murió este sábado en Bariloche. Llegado en 1969 para estudiar en el Balseiro, dedicó su vida a alertar sobre la crisis ambiental y a impulsar el hidrógeno como energía del futuro. La ciudad despide hoy al científico que transformó ideas imposibles en banderas urgentes.

El 20 de julio de 1969 los televisores en todo el mundo transmitían los saltitos en cámara lenta de Neil Amstrong en la Luna. Fue viernes entonces y viernes esa fecha en 2025. Pero la efeméride a la distancia no tiene que ver con aquel gran paso para la humanidad sino con un pequeño paso de un joven que pisó por primera vez San Carlos de Bariloche: Juan Carlos Bolcich llegaba ese día para estudiar Física Nuclear en el Instituto Balseiro, puntapié de una carrera que lo llevaría a los más destacados lugares del mundo con su prédica sobre la contaminación del planeta, el consumo descontrolado de energía contaminante, y -lo más importante- su batalla personal por poner al hidrógeno como combustible del futuro para resolver la tragedia de la Tierra.

El mismo Juanca entrañable que tantos ahora lloran con dolor, porque este sábado a la tarde exhaló su último suspiro. Desde muy joven renegó con una dolencia congénita, que afectaba la coagulación de la sangre, y por la que en las últimas semanas debió ser internado varias veces para recibir transfusiones y atender otros síntomas.
Dejó con nosotros a su amada Maggie y sus hijos Alejandro, Diego, Bárbara, Ivana y Úrsula. A sus queridos compañeros del Rotary Club Bariloche (ver aparte), a cientos o miles de científicos con la posta del hidrógeno, a dirigentes que creyeron en él y lo apoyaron, y a sus vecinos de Bariloche. La ciudad que hoy lo despide con enorme tristeza.
Estudios y trabajo
Nació en Necochea el 27 de agosto 1947. Está dicho, llegó hace 57 años a Bariloche para estudiar en el Balseiro, acompañado por Gustavo García Cano, su gran compañero de andanzas académicas, mundanas y también familiares, porque hubo una hermandad profunda entre los Bolcich y los García Cano.
Él había estudiado los dos primeros años de Ingeniería en la Universidad Nacional de La Plata, mientras que su amigo hacía la carrera militar en la Armada y llegó como teniente de Fragata. “Era difícil entrar al Balseiro, juntos entramos con unos 15, de casi 1.000 postulantes”, reseñó García Cano.
En el último año se enamoró de Maggie, con quien se casó rápidamente, aún estudiante. Como la beca del IB no alcanzaba para la familia en gestación, sus amigos le consiguieron trabajo en el hotel Splendid, donde fungió como Conserje Nocturno. Además de tratar con turistas, estudiaba a sus anchas y su cabeza empezaba a bullir de conocimientos.
Se graduó en diciembre de 1972, y por supuesto, en el mismo día que Gustavo. Ya recibido comenzó a trabajar en el Centro Atómico Bariloche en el área de materiales, especialmente en cerámicos. Familiarizado con ese material, también puso en su casa una fábrica de cerámica, con productos bellos e innovadores.
Aplicó en su vivienda del barrio Virgen Misionera el conocimiento y su obsesión por el cuidado del ambiente. “Buscaba una mínima interacción natural para el clima riguroso”, explicó Gustavo, recordando el lío que armó con la Cosechadora de Viento que montó en el jardín, y que hacía tanto “bochinche” que debió desmontarlo. El “molino” funcionaba con una tobera que producía un “efecto Venturi”, con el que el viento aumentaba su presión y velocidad al reducirse el espacio por el que corre, haciendo girar un generador.
Tiempo después, Bolcich logró convencer a dirigentes de Pico Truncado y desarrolló la primera planta de fabricación de hidrógeno por electrólisis, que separa el combustible del oxígeno. Con su proverbial inteligencia armó un proyecto para que todo el transporte público de la localidad santacruceña lo usara como combustible. “Necesito que ustedes consuman el hidrógeno que yo fabrico”, les decía. Muy lejos de entender la genialidad y las soluciones reales, la política fue frustrando el emprendimiento.
Lejos de desmoralizarse, Juanca volvió a la tapa de los diarios al presentar en Bariloche el primer auto a hidrógeno. Era un Renault 9 bordó, que generó múltiples reacciones. “Usa sólo agua como combustible, y por el escape el único residuo de combustión es agua potable”, explicaba. Y para demoler la incredulidad, se sirvió el líquido en un vaso y lo tomó. No fue el único, nadie enfermó ni mucho menos murió.
“Sólo agua en mi tanque por favor”, decía. Y en serio.
Sus investigaciones y experimentos lo convirtieron en una figura mundial sobre el conocimiento de la contaminación por el uso de combustibles fósiles, el calentamiento de la Tierra y la necesidad de transición energética urgente. Por supuesto, con el hidrógeno en el centro de la escena. En 1996 fundó y presidió la Asociación Argentina de Hidrógeno y luego la Asociación Internacional para la Energía del Hidrógeno. En 1998 organizó y presidió en Buenos Aires la XII Conferencia Mundial de Hidrógeno, declarada de Interés Nacional por el Gobierno nacional. Su sabiduría lo llevó también a verse con el fallecido Papa Francisco, quien en su papado dejó en claro su opción por el ambiente entre sus prédicas principales.
En el ínterin, Bariloche le debe intensas gestiones para traer a la ciudad a la Universidad Tecnológica nacional, una de las academias técnicas más prestigiosas del país, y su funcionamiento en el ex ENET, hoy CET N°2.
Su enfermedad congénita le hacía sangrar la nariz regularmente, lo que lo obligaba a molestas terapias y tratamientos. Pero tampoco eso lo frenaba. Fue una de las figuras principales del proyecto de Hidrógeno Verde en Río Negro que impulsó la ex gobernadora Arabela Carreras, que apenas dejó el poder se fue enfriando, pero quedó una huella imborrable en ingeniería, formación de recursos y alguna infraestructura, que deberá resurgir en el futuro.
Hasta hace poco, en la previa de su hospitalización final, Juan Carlos seguía conectado con sus pensamientos, y no había encuentro en el que dejara pasar la oportunidad de enseñar y concientizar. Si le sangraba la nariz, hacía una pausa, se ponía algodón o papel higiénico como tampón, y retomaba la charla. Sin perder lucidez ni fervor. No era loco, sino genio en parte incomprendido. Precursor, vanguardista, sabio, oráculo en un mundo autodestructivo
Por Gustavo García Cano / fotos: redes sociales