Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
La Meseta de Somuncurá es un paisaje único e irrepetible que deja en el alma del visitante una sensación de majestuosidad que perdura en el tiempo. Sus altos cerros, las lagunas, la soledad, el reino del viento y del basalto, la región como su nombre lo indica donde “las piedras hablan”.
La siempre recordada María Inés Kopp, que fuera directora del Museo que hoy lleva su nombre, dejó en amenas pinceladas la descripción del habitante más misterioso y pintoresco de Somuncurá: don Antonio Curín.
Cuenta que “el primer poblador blanco que vino a vivir en la meseta de Somuncurá fue Antonio Curín, de origen chileno y lo hizo por el año 1908. Fue un hombre que tuvo muchas yeguadas y mulares. Era soltero y envejeció en la meseta muriendo en el mismo lugar donde vivía. Sabía leer y escribir, siendo instruido. Tenía una letra muy hermosa con la que escribía escribía un libro diario con sus experiencias más destacadas”.
“Su patrón era Nacianceno Rial que le da ovejas en Carmen de Patagones y cuando las trae a la meseta encuentra que hay muchos leones (puma) no dándole el resultado esperado. Devuelve las ovejas y trae yeguarizos, alcanzando a tener hasta 400, entre caballada de andar y mulares”.
“El león desaparece cuando el zorro colorado se extiende por la meseta. En oportunidad de una expedición esa zona de la meseta guiados por un nieto de don Germanio Quiñelaf –relata María Inés- por entre los cerros se llegó al lugar donde vivió Curín por más de 30 años. Es una cueva muy pintoresca a la que le ha dado forma de habitaciones. Ha levantado una pared de piedras donde hizo una pequeña ventana y la arcada de una puerta. Muy amplia y cómoda donde tenía hasta su fogón”.
“En la cueva contigua otra habitación con gradas bien realizadas en las cuales podían estar cómodamente sentadas varias personas”.
“Allí cuenta don Germanio que Curín tenía su catre. Un poco más lejos, sobre unos cueros de guanaco, dormían sus perros y también su caballo”.
“En ese libro diario relató la llegada de Juan Bairoletto con dos o tres bandoleros más que lo acompañaban y que hicieron noche en el lugar pero que en ningún momento hubo mal trato por parte de ellos. Todos estaban muy bien pertrechados, con sus rifles Winchester y balas 44”.
Curín –prosigue María Inés- también tenía sus caballerizas al lados de la cueva y muy cerca de allí un gran corral de piedras. Para abastecerse de agua lo hacía desde un lugar llamado “La Gotera”, en un zurrón de cuero de guanaco que llenaba de agua para tener por varios días”.
“Muy cerca de la cueva hay una cruz, donde Curín quiso que lo enterraran en el año 1934 cuando le llegó la hora de su muerte, pidiendo que lo hicieran junto a su peón Juan Painecura”.
“Curín hoy es solo un recuerdo, y aunque han pasado muchísimos años su cruz se mantiene intacta y respetada por todos los pobladores del lugar y su casa de piedras es una de las grandes atracciones de la misteriosa meseta de Somuncurá”·
Ha quedado hoy en las glosas del poeta que lo recuerda: “Curín/ viejo poblador/ de la meseta/ en el viento/ en los basaltos7 en las estrellas frías del Sur/ está tu custodia. Curín/ en la cueva/ en el corral de pircas/ en los ollares/ de la caballada/ en la terquedad/ de los mulares/ y en la soledad implacable/ de los hombres más solos/ de todas las soledades. Curín/ escribiente en los confines/ en el paso de los días/ de las lunas/ sobre las piedras/ del coirón/ de la vieja Gotera/ que puso crisma y nombre. Curín/ en las lagunas/ erizadas de leyendas/ en los “pozos que respiran”/ en las “piedras que hablan”/ en el rémington de Bairoletto/ en la lumbre del fogón. Curín/ en la cruz herrumbrada/ a la intemperie/ de un tiempo pasado/ pionero de un horizonte/ en movimiento/ entre pirquineros/ de poca suerte/ y los viejos mitos/ donde los dioses cayeron/ y el páramo a sí mismo se parió/ entre pedreros tunales/ fríos y distancias/ en el grito mesetario/ de remotas edades/ al acecho”.